Tengo que decir que, aunque me encanta la repostería moderna, llena de colorantes y aromatizantes, tengo debilidad por los postres «de toda la vida». Es decir, aquéllos cuya receta ha pasado de generación en generación y que, además, consigue conquistar con los ingredientes más sencillos.
Si nos remontamos a una época en la que el huevo o la leche era un bien preciado, valoramos el ingenio y buen hacer de la gente que conseguía unos postres deliciosos con muy poco. Y éste es, precisamente, el caso de las rosquillas.
La receta que se muestra aquí es la que comemos en casa desde hace muchos años. Y, así entre nosotros, son las mejores rosquillas, con diferencia.
Hoy toca amasar y meterse en harina, así que ponte el delantal que nos vamos.
Ingredientes
(para unas 25 rosquillas)
- 1 huevo
- 3 cucharadas (soperas) de leche
- 4 cucharadas (soperas) de azúcar
- 4 cucharadas (soperas) de aceite de oliva
- 250 gramos de harina
- 1 sobre (16 gramos) de levadura (tipo ROYAL)
- 1 cucharada (de café) de esencia de vainilla – o chorrito de zumo de limón en su defecto
- 1 cucharada (de café) de anises
- 1 chorrito de anís
- azúcar molido + canela: para rebozar luego las rosquillas
Elaboración
Esta receta no tiene nada de complicada, pero sí es muy entretenida. Es decir, hay que dedicar un buen rato a la elaboración de las rosquillas.
Con las cantidades indicadas salen unas 25, dependiendo siempre del tamaño de las mismas, como es lógico.
El primer paso será mezclar en un bol todos los ingredientes. Da igual el orden, ya que el objetivo es tener una masa uniforme, pero lo ideal es empezar por los líquidos, para garantizar que se mezclan bien.
Según vayamos integrando la harina llegará un momento en que ya no podremos manejar la masa con la cuchara y tendremos que acabar de darle forma con las manos.
Una vez tengamos una bola grande, se trata de hacer, como si de plastilina se tratara, las famosas rosquillas.
Como en cada casa hay un método diferente, yo os explicaré el que he utilizado y, si a vosotros no os convence, aplicad el que queráis.
Yo voy extrayendo bolas de la masa y las voy alineando. Con cada bola, hago un tubito y éste lo cierro para dar la forma circular. Es un poco difícil de explicar, pero en la siguiente foto, se ve muy bien.
Cuando tengamos todas nuestras rosquillas bien formadas, habrá que freirlas en aceite bien caliente.
Es importante que usemos una sartén honda (o un wok) ya que la rosquilla debe flotar y freirse en abundante aceite. Para freirlas las iremos echando a la sartén por tandas, cuidando mucho que no se nos quemen. Para darles la vuelta, yo utilizo el mango de la cuchara de madera. Se introduce en el hueco de la rosquilla y ¡voilá!
Hay que tener cuidado de que no se frían demasiado. Si se doran en exceso perderán ese toque esponjoso y quedarán crujientes (y absorberán demasiado aceite).
Según las vamos sacando de la sartén las ponemos a escurrir en un colador o escurridor, para que suelten parte del aceite y no sean tan pesadas.
Por último, el rebozado con el azúcar molido con canela debe hacerse en caliente. Así conseguiremos que el azúcar se quede pegado a la rosquilla. Si esperamos a que se enfríe ya no tendrá remedio.
Venga, que después de pasaros media tarde haciendo rosquillas, os merecéis una cata. Pon un cafelito caliente y ¡aquí va el acompañamiento!
¡Este fin de semana las hago sin falta! Con lo que me gustan a mí las rosquillas y nunca me ha dado por hacerlas…
Pues ya te vale Javier! jajaja Cuando las hagas espero foto y comentarios, por supuesto 😉
¡Qué aproveche!